Usos de Lenin en García
Linera
De traducciones y
desencuentros en un continente leninista
Uses of Lenin in García Linera
On Translations and Disencounters in a
Leninist Continent
Juan
Pablo Patriglia
juanppatriglia@gmail.com
(Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas – Universidad Nacional de Córdoba – Argentina)
Recibido
el 16 de noviembre de
2024 – Aceptado el 14 de septiembre de 2025
El artículo indaga
en los usos que Álvaro García Linera realiza de Lenin a lo largo de su
trayectoria político-intelectual, usos que aquí son leídos como ejercicios de
traducción en el sentido leninista-gramsciano. En primer lugar, se revisan tres
figuras bolivianas decisivas para su formación temprana: Fausto Reinaga, Felipe
Quispe y Zavaleta Mercado. En segundo lugar, se analizan las traducciones de
Lenin que el autor despliega durante su militancia guerrillera-indianista
(1986-1991), con las que lee la historia de Bolivia y formula una estrategia
revolucionaria aimara-quechua. En tercer lugar, se examinan las razones de la
relativa ausencia de Lenin en su discurso desde el encarcelamiento (1992-1997)
hasta su llegada a la Vicepresidencia del Estado Plurinacional (2006).
Finalmente, se estudian las traducciones del “último Lenin” que García Linera
realiza ya como vicepresidente, a partir de las cuales piensa la relación entre
el Estado –concebido como “comunidad ilusoria”– y los movimientos sociales en el
proceso de cambio boliviano. Si en su juventud el esfuerzo de traducción de
Lenin estuvo orientado a superar el desencuentro entre marxismo e indianismo,
en su etapa vicepresidencial se centró en evitar el desencuentro entre lo
nacional-popular y la autonomía comunitaria.
PALABRAS CLAVE: Leninismo – Traducción – Desencuentros
– América Latina
The article explores the uses that Álvaro
García Linera makes of Lenin throughout his political-intellectual trajectory,
uses that are here interpreted as exercises of
translation in the Leninist-Gramscian sense. First, it reviews three Bolivian
figures decisive for his early formation: Fausto Reinaga, Felipe Quispe, and
Zavaleta Mercado. Second, it analyzes the translations of Lenin that García
Linera developed during his guerrilla-indigenist militancy (1986–1991), through
which he read Bolivian history and formulated an Aymara-Quechua revolutionary
strategy. Third, it examines the reasons for the relative absence of Lenin in
his discourse from his imprisonment (1992–1997) until his arrival at the Vice
Presidency of the Plurinational State (2006). Finally, it studies the
translations of the “last Lenin” that García Linera carried out as vice
president, through which he reflected on the relationship between the State –conceived
as an “illusory community” – and social movements in Bolivia’s process
of change. If in his youth García Linera’s effort to translate Lenin was
oriented toward overcoming the disencounter between Marxism and Indianism, in
his vice-presidential stage it was focused on avoiding
the disencounter between the national-popular and community autonomy.
KEY
WORDS: Leninism – Translation – Disencounters – Latin America
Juan Pablo Patriglia es licenciado y doctor en
Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y becario posdoctoral
del Conicet. Se desempeña en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre
Cultura y Sociedad (CIECS, CONICET-UNC), donde desarrolla su investigación en
el campo de la filosofía latinoamericana, con especial interés en la traducción
y recepción del marxismo en América Latina. Su tesis doctoral, titulada Aricó
y García Linera. Un estudio contrastado de la traducción del marxismo desde
América Latina (UNC, 2023), analiza los modos en que ambos pensadores
reformulan la obra de Marx desde perspectivas situadas. Entre sus publicaciones
recientes se encuentran los artículos “La traducción como cuestión gramsciana”
(2021), “Dos usos de Gramsci en la Argentina: los casos de José María Aricó y
Horacio González” (2022) y “Marx, capitalismo mundial y eurocentrismo” (2023).
“…el marxista debe tener en cuenta
la vida misma, los hechos exactos de la realidad,
y no continuar aferrándose a la teoría del ayer, que, como toda teoría,
únicamente traza, en el mejor de los casos, lo fundamental, lo general, y sólo
de un modo aproximado abarca toda la
complejidad de la vida. «La teoría es gris, amigo mío, pero
el árbol de la vida es eternamente verde».”
Vladimir Ilich Lenin, Tesis de Abril
A modo de introducción
Hacia el
final de su vida, en un escrito póstumo, José María Aricó decía que “América
Latina es, o por lo menos lo fue por largo tiempo, «un continente
leninista»”.[1] Aunque el párrafo en el que lo afirma vincula la expansión
del leninismo en la región a la matriz estatalista de las sociedades
latinoamericanas –rasgo que compartiría con Rusia–, leído en el conjunto del
texto la metáfora admite otra interpretación: que América Latina es un
continente leninista porque la herencia de Lenin y de la Revolución rusa fue el
terreno sobre el cual construyeron su lectura de la realidad las dos vertientes
en que se bifurcó la izquierda latinoamericana a fines de la década del veinte,
socialismo y populismo. La polémica
entre el comunista cubano Julio Antonio Mella y el fundador del APRA, Víctor
Raúl Haya de la Torre, constituiría, para Aricó, el primer testimonio de este
desencuentro. Ambos tomaron como punto de partida las consideraciones de Lenin,
expuestas en los II y III Congresos de la I.C., sobre la revolución en los
países dependientes y coloniales con predominio del mundo rural, pero mientras
el primero lo hizo desde una perspectiva clasista, el segundo privilegió
–aunque desde una perspectiva estatalista– la cuestión nacional, rechazando la
subordinación del movimiento a la hegemonía proletaria. En ambos casos, dice
Aricó, la Revolución rusa fue el espejo en el cual mirarse, ya sea para
sostener el camino bolchevique (Mella), ya sea para sostener la singularidad de
la Revolución mexicana en tanto “Revolución Indoamericana” (Haya de la Torre).
De esta forma, la metáfora de América Latina como continente leninista
permite leer el leninismo no como patrimonio exclusivo de una tradición, sino como
el terreno común de un desencuentro
entre tradiciones emancipatorias, desencuentro indisociable del carácter heterogéneo
de la herencia de Lenin.
Como lo es, en el fondo, toda herencia. Como escribió Derrida, “Una herencia nunca se re-úne, no es nunca una consigo misma. Su presunta unidad, si
existe, sólo puede consistir en la inyunción
de reafirmar elegiendo”.[2]
También invita a pensar la relación entre el
leninismo y la región desde la perspectiva de la traducibilidad de los lenguajes, en el sentido gramsciano del
término, es decir, desde la pregunta por aquel “fondo esencial” común que
permite trazar equivalencias entre experimentos históricos, políticos y
sociales.[3] En
este caso, ese fondo común que habilita la traducción entre Rusia y América
Latina “es el viejo e irresuelto
problema de la relación entre modernidad y tradición”.[4]
Es entonces desde la perspectiva filosófica de la traducción y el desencuentro,
condensada en aquella potente metáfora, que interesa realizar aquí una indagación
en torno a los usos que Álvaro García Linera hace de Lenin a lo largo de su obra.
La hipótesis que se plantea es que García Linera emprende un esfuerzo de
traducción de la obra de Lenin en dos extremos de su trayectoria. Primero,
desde su militancia
guerrillera-indianista (1986-1991), para leer la historia de Bolivia y formular
una estrategia revolucionaria Aymara-Quiswa
frente al Estado neocolonial, en la búsqueda de superar el desencuentro entre
dos razones revolucionarias: marxismo e indianismo. Si en la etapa que va desde
su encarcelamiento (1992-1997) hasta el triunfo del evismo (2005) Lenin se
encuentra prácticamente ausente de su discurso, a partir de su rol como vicepresidente
del Estado Plurinacional de Bolivia (2006-2018) García Linera vuelve al
revolucionario ruso para comprender y trabajar la “tensión creativa” entre
Estado y movimientos sociales en el proceso de cambio boliviano, buscando
evitar el desencuentro entre lo nacional-popular y la autonomía comunitaria. Dichas
traducciones de Lenin, si bien son realizadas desde Bolivia, adquieren una profunda dimensión latinoamericana.
Para explicar esto último, cabe volver a otro escrito de Aricó, donde planteaba
que lo nacional puede, en
ciertas condiciones, revelar condiciones universales.[5]
Así, si José Carlos Mariátegui pudo fundar el marxismo latinoamericano, ello se
debe, en parte, al hecho de que el Perú de principios de la década del veinte
“se presentaba como un laboratorio político indicativo” de la originalidad
latinoamericana, vinculada a “la paradoja de las virtudes productivas del atraso”.[6]
El carácter irresuelto de las
naciones latinoamericanas y la existencia de formas de socialismo práctico en
la comunidad indígena, antes que obstáculos, constituían para Mariátegui
potencialidades desde las cuales era posible realizar la revolución socialista
y encontrar una forma de modernidad propia,
no implantada. Desde esta perspectiva, puede
decirse que Bolivia ha sido –y la cuestión
de si lo sigue siendo es, todavía, una pregunta abierta–, desde comienzos del
nuevo siglo, un laboratorio político
indicativo de la originalidad latinoamericana. Es por este motivo, además de su
trayectoria singular, que García Linera se ha convertido en un “nombre” en el que
se condensan viejos y nuevos dilemas del marxismo –y del leninismo– en América
Latina. De ahí que su obra se haya convertido en un nuevo campo de estudio en
proceso de constitución.[7]
Antes de comenzar, cabe realizar una breve digresión sobre el concepto
de traducción. De alguna manera, este nace con Lenin. En efecto, en un saludo escrito
en 1922 ante el IV Congreso de la
Internacional Comunista (IC), decía Lenin: “En
1921 aprobamos en el III Congreso una resolución sobre la estructura orgánica
de los partidos comunistas [...] La resolución es magnífica, pero es rusa casi
hasta la médula [...] no hemos comprendido cómo se debe llevar nuestra
experiencia rusa a los extranjeros”.[8]
Es precisamente esa frase la que recuerda –y reescribe– Gramsci al comienzo de
la conocida y ya citada nota de los Quaderni
sobre la “Traducibilidad de los lenguajes”. El ejercicio de traducción se
vincula, así, a la pregunta leninista sobre qué
hacer, sobre qué tipo de organización política darse en una determinada
coyuntura y un determinado territorio nacional, para la conquista del poder.
Desde la perspectiva leninista-gramsciana la traducción es, antes que
todo, práctica revolucionaria: no una
práctica teórica, sino una crítica de todo lo cristalizado en la teoría, para lograr
la unidad entre teoría y práctica como hecho de hegemonía y, por tanto, como
“hecho filosófico”.[9] Si la traducción es, como se ha dicho[10],
un ejercicio de descomposición y recomposición de teorías y tradiciones; si es
un ejercicio de contextualización-descontextualización-recontextualización de
conceptos y experiencias históricas, ello no significa que busque erigir un
sistema teórico nuevo; se trata, antes bien, de que la teoría encarne en la
cultura, se haga historia, se realice
“prácticamente”. La traducción es práctica revolucionaria porque, en
su búsqueda por hacer dialogar lenguajes políticos, filosóficos, económicos,
corroe la segmentación entre ellos, porque no acepta la segmentación entre prácticas
y disciplinas. Cabe, en este punto, recuperar a Del Barco, quien planteaba que “Lenin
piensa filosóficamente, pero no piensa allí donde se lo lee” porque “Una «filosofía» marxista es un absurdo”.[11]
Lo mismo puede decirse de García Linera
a cuyos textos hay que adentrarse como el maestro cordobés proponía hacerlo con
los textos de Lenin: “como en un nuevo territorio, el de la práctica
revolucionaria: el de la lucha de clases escribiéndose, en las distintas
instancias ideológicas, teóricas, políticas, económicas, artísticas, éticas”.[12]
Esta es la invitación que guía también este escrito.
Indianismo, marxismo y leninismo en una sociedad
abigarrada
Como se dijo, las traducciones de Lenin por parte de García Linera son
parte de un esfuerzo por superar lo que, en un texto de 2005, él mismo llama el
desencuentro entre dos “razones revolucionarias”: marxismo e indianismo. En
dicho escrito, García Linera critica el “marxismo primitivo” proveniente de los
partidos estalinistas y trotskistas de Bolivia, un marxismo basado en la “primacía de la identidad obrera” y sostenido en una
“narrativa modernista y teleológica de la historia”, donde la comunidad agraria
es concebida “como representante del «atraso» que debe dar paso al «progreso»
de la industria”; un marxismo concebido como filosofía de la historia que
produjo un “bloqueo cognitivo y una imposibilidad epistemológica” respecto de
la temática campesina y étnica del país andino.[13]
El indianismo, surgido a fines de los años sesenta, tomaría precisamente como
punto de partida estas realidades para pensar de otro modo la relación entre
modernidad y tradición, oponiéndose tanto al “marxismo primitivo” como al
nacionalismo revolucionario, en tanto ambos compartirían una similar narrativa estatalista, homogeneizadora y modernizante.[14]
García Linera ubica al político aymara Fausto Reinaga como el exponente inicial
del indianismo, a Felipe Quispe como el exponente del katarismo revolucionario
y a Zavaleta Mercado como el temprano exponente del marxismo crítico boliviano.
Interesa, a continuación, indagar en estos nombres, tomando como hilo conductor
el tema del leninismo, para luego ir a las operaciones de traducción de Lenin
desplegadas por García Linera.
En primer lugar, Reinaga,
exponente del indianismo en tanto tradición política que, ante el fracaso de la
Revolución nacionalista de 1952 en lo que refiere a la resolución del problema
de la tierra y del problema del indio, reivindica la indianitud como eje de un
nuevo proyecto revolucionario. En La
Revolución India (1970), busca realizar un reencuentro con la “verdadera
historia” de América Latina y Bolivia, con la memoria
larga de las luchas indias y la herencia de sus líderes, Tupak Amaru, Tupak
Katari, Zárate Wilka[15];
pero también con la herencia de lo que llama –en
oposición al marxismo-leninismo– el “Marx-leninismo”.
En efecto, Reinaga se apropia de esta herencia desde una perspectiva crítica,
como condición para afirmar lo propio: la liberación nacional en Bolivia como
Revolución India, antiimperialista y anticolonial. Por eso dice que “Un
marxista en Bolivia [...] tiene que ser por lo menos autóctono, nacional”, lo
que significa comprender que en este país la contradicción principal no es de clase, sino de raza: “primero, entre el indio y el español durante la Colonia;
segundo, entre el indio y el cholaje blanco-mestizo durante la República”.[16]
Para Reinaga hay dos naciones en conflicto: la india, mayoritaria, y la
blanca-mestiza, minoritaria y opresora; y la revolución nacionalista habría
mantenido en lo fundamental esta situación de dominación racial. Frente a ello, propone la creación de un “Estado
Indio”, lo que no significa la eliminación del blanco-mestizo, sino su
asimilación al indio; ni tampoco su programa descansa en la lucha armada, sino
que busca la creación del Partido Indio.[17]
Si el leninismo es, como plantea Gustavo Cruz[18],
lo que le permite al primer Reinaga ser nacionalista
revolucionario y, al mismo tiempo, servirse del método marxista, también puede decirse
del Reinaga indianista: el leninismo es lo que le permite criticar aquellas
tradiciones en búsqueda de superarlas hacia el indianismo. En efecto, resuenan
en La Revolución India los
viejos temas leninistas: la necesidad de
volver a las masas, la reivindicación de la autodeterminación de los pueblos,
el antiimperialismo y, sobre todo, la necesidad de un partido político
disciplinado para conquistar el poder.
En
segundo lugar, respecto a
Quispe, “el Malku”, este busca, a través de
una suerte de alquimia entre el
indianismo de Reinaga y la revolución socialista cubana, construir un
“katarismo revolucionario”, el cual formula en su libro Tupak Katari vive y vuelve…carajo (1988). Aquí, Quispe fundamenta la ideología de la “lucha armada
india”, autóctona y originaria, basada en la “violencia comunitaria”, único
medio para “destruir (o ponerlo cabeza abajo) el neocolonialismo, el
neoliberalismo, el neoracismo y a todo el sistema burgués putrefacto”.[19]
Recupera, para ello, la “herencia inmanente” de Tupak Katari, el “gran
dirigente del Movimiento Indio en Armas”, cuyo único propósito “era adoctrinar
y ganar a las masas para una Guerra Comunitaria de Ayllus contra el
colonialismo opresor.”[20] Katari
es leído como un Lenin avant la lettre,
como un Lenin indio, en cuya práctica revolucionaria se encuentra su filosofía:
la guerra de guerrillas tupac-katarista es la única forma de “recoger, rescatar
y desarrollar el pensamiento filosófico y teórico-práctico de Tupak Katari y
Bartolina Sisa”.[21]
Quispe retoma el programa de gobierno de Katari –abolición de la explotación del
indio por los conquistadores, vigorización de la cultura y las lenguas
originarias. Retoma, también, la táctica del cerco indio a la ciudad de La Paz,
dirigido por Katari en 1781 –una “guerra de desgaste” previa a la conquista del
“aparato estatal”– y la estrategia de Guerra Comunitaria Katarista, a la que actualiza como guerra indio-campesina y obrera, una “guerra total”
contra el Estado neocolonial, para construir el “Modelo de Socialismo
Horizontal y Colectivista de Ayllus”.[22]
Cabe destacar que Quispe no rechaza el término campesino como Reinaga, sino que
rearticula
clase y etnia en una misma perspectiva revolucionaria.[23]
Por último, Zavaleta Mercado. En El
poder dual en América Latina (1974) recupera las enseñanzas de Lenin sobre
la Revolución rusa, particularmente su visión de la “dualidad de poderes”
(representada por el gobierno provisional, por un lado, y los soviets, por el
otro) como situación de “carácter específico” y sin precedentes en la historia;
y ello para dar cuenta de las experiencias de construcción socialista en el Chile
de Allende (1970-1973) y en la Bolivia de la Asamblea Popular (1971). Lenin es el
que permite hacer del marxismo un método para el análisis concreto de la
situación concreta, y no una teoría universal abstracta. Es de alguna manera la
profundización de este motivo leninista –de este “criterio de realidad”, podría
decirse– lo que lleva a Zavaleta a decir, en un escrito póstumo, que “es la
propia necesidad la que hace que cada modo de ser convoque a una forma de
conocimiento, con lo cual será discutible hablar de un método de conocimiento
general a todas las sociedades”.[24]
El modo de ser de la sociedad boliviana es, para Zavaleta, su condición
abigarrada: pues aquí lo que existe no es homogeneización social por la
universalización de la ley del valor sino una superposición no combinada de
modos de producción –capitalista, feudal, comunitario–, pero también de diversas
temporalidades, lenguas y estructuras
de autoridad que disputan con la estructura estatal.[25]
De ahí que, para el autor, en Bolivia y América Latina haya existido un “Estado
aparente” –no un Estado integral, en términos de Gramsci–; un Estado que no se
ha separado de la sociedad civil, que “actúa como facción” de una clase y por
tanto de forma autoritaria, coercitiva.[26]
Se trata de una forma de “hegemonía negativa”, ligada al carácter
precapitalista de una clase dominante “incapaz de reunir en su seno ninguna de
las condiciones subjetivas ni materiales para autotransformarse en una
burguesía moderna”.[27]
Frente al Estado aparente de la clase dominante boliviana (oligárquica o burguesa),
Zavaleta plantea la autodeterminación de las masas como una forma de democracia
que puede cristalizar en formas estatales. Se trata, en su conjunto, de
conceptos que García Linera recupera a lo largo de su trayectoria
político-intelectual.
Un leninismo indianista-guerrillero
Realizado este breve rodeo, cabe dirigirse, ahora sí, a García Linera y a sus primeras traducciones de Lenin. Marcado desde adolescente por el desencuentro entre campesinado indígena y movimiento obrero –lo que motiva su temprana obsesión por rastrear la temática de lo nacional, lo étnico y lo campesino en el marxismo–, luego de su estadía estudiantil en México (1981-1984), donde conoce a Raquel Gutiérrez, se vincula a la experiencia de las guerrillas de Centroamérica y forma las bases de su marxismo entendido como crítica de la economía política, García Linera regresa a Bolivia y conforma las “Células Mineras de Base”. En 1985 entra en contacto con Quispe, quien había conformado los “Ayllus Rojos”. Del encuentro entre ambas organizaciones, –un encuentro que, en el caso de García Linera, fue posible gracias a su vínculo amoroso con Gutiérrez[28]– se funda en 1986 la organización “Ofensiva Roja de los Tupak Kataristas”.
En este marco, entre 1986 y 1987, García Linera escribe, bajo el seudónimo Qhananchiri –que en aymara significa “el que ilumina las cosas”– un conjunto de textos sobre la historia y la realidad boliviana utilizados para la formación política: tanto de cuadros en las minas, primero, como de cuadros en los sindicatos campesino-indígenas, más tarde. En 1988, dichos textos son compilados y publicados como libro a través del sello editorial Ofensiva Roja bajo el título Las condiciones de la revolución socialista en Bolivia (a propósito de obreros, aymaras y Lenin). Como el mismo título deja entrever, Qhananchiri busca servirse de las teorizaciones de Lenin para analizar las posibilidades de la revolución en el país andino y contribuir así a articular la lucha obrera minera con la lucha por la autodeterminación de los pueblos aymaras. Ello, al mismo tiempo que procura construir una forma de organización política que contribuya a la insurrección indígena-popular, búsqueda que culmina en 1990 con la fundación del Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK). Traducción del leninismo, entonces, como práctica revolucionaria.
Qhananchiri descompone y recompone las teorizaciones de Lenin para liberar su potencia crítica y transformadora frente a las cristalizaciones dogmáticas que hacen del marxismo una filosofía de la historia, es decir, frente al marxismo-leninismo. Se trata –en sus propias palabras– de “rescatar el leninismo” frente a las “deformaciones” que realizan los partidos estalinistas y trotskistas de Bolivia, para empuñarlo y desarrollarlo “como arma de la revolución de los explotados”.[29] Mientras el Partido Comunista de Bolivia (PCB) y el Partido Obrero Revolucionario (POR) recuperan “palabras sueltas” de Lenin y convierten su pensamiento “en algo absoluto y estático”, Qhananchiri plantea la necesidad de leer a Lenin desde el terreno histórico-concreto de la revolución rusa –es allí, dice, donde se pueden encontrar “de mejor forma” sus “enseñanzas universales”–, para luego leer a Bolivia desde Lenin.[30]
En este sentido, estudia la Revolución nacionalista a partir de los
análisis de Lenin de enero de 1917 sobre la Revolución rusa de 1905, de la cual
este destaca tres aspectos: su objetivo inmediato (jornada de ocho horas,
república democrática, confiscación de los latifundios: de ahí el carácter
democrático-burgués de la revolución); el contenido de clase (donde la fuerza
dirigente era el proletariado: de ahí el carácter también proletario de la
revolución); y, finalmente, sus métodos de lucha (principalmente, la huelga
obrera). Con estos “criterios leninistas”, Qhananchiri sostiene que, por sus
objetivos, opuestos a los de la oligarquía terrateniente, “la revolución de
1952 tuvo un carácter democrático-burgués”, y que, si bien las masas campesinas
tuvieron el “papel de fuerza principal
en la revolución” y la clase obrera minera tuvo el “papel dirigente dentro de las restantes clases revolucionarias”, fue,
no obstante, la pequeña burguesía, a través del MNR, la que “se convertirá en
clase ideológicamente dominante”.[31]
Instaurado el Estado Nacionalista “en la sociedad boliviana, el aspecto más
característico será el de la guerra
entre capital y trabajo”.[32]
Uno de los temas fundamentales que Qhananchiri aborda tiene que ver con
el análisis de las condiciones objetivas de la revolución, las cuales son
leídas desde una “concepción economicista y mecanicista” por parte de los partidos
de izquierda de Bolivia. Es decir, como condiciones puramente económicas, y estas,
a su vez, entendidas como simples fuerzas productivas y consideradas como el
motor de la historia. Esta filosofía de
la historia es “la nueva belleza que los deformadores del leninismo traen
en el bolsillo”.[33]
En efecto, los marxistas-leninistas de Bolivia conciben al socialismo como el
“destrabamiento” de las “fuerzas productivas por medio de la economía
planificada y la estatización de los medios de producción”, y no como la
“administración directa de los trabajadores”.[34]
Frente a ello, Lenin afirma –dice Qhananchiri–, a partir de la recuperación de
la crítica de la economía política de Marx, “la determinación de las relaciones
de producción sobre las fuerzas productivas, y, dentro de estas, la primacía de
la socialización del trabajo sobre las restantes partes de las condiciones
económicas de la Revolución Socialista”.[35]
Por eso, como intenta argumentar Lenin –ya en su libro El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899)– a pesar de ser un
país atrasado, en Rusia el capitalismo es dominante en tanto “regula, conduce,
y es el motor que pone en movimiento toda la sociedad”, lo cual asegura “la
existencia de las condiciones económicas (materiales) de la Revolución rusa”.[36]
Se trata, asimismo, de uno de los “eslabones más débiles de la cadena
imperialista.”
Además de las condiciones
económicas, Lenin tiene en cuenta, según Qhananchiri, como parte de las
condiciones objetivas, la conciencia y la organización de los trabajadores. Se
opone, así, a la concepción vanguardista según la cual estas serían solo condiciones
subjetivas que se reducen a la acción del partido. Para Qhananchiri, la función
del partido no es otra que la de contribuir a fortalecer y expandir la
actividad política de las masas desde adentro, nunca a intentar suplantarla.
Lenin es leído, de esta forma, en términos de antifetichismo partidario, a
contramano de la concepción cristalizada de lo planteado en el ¿Qué hacer? (1902) –que fue, como toda
intervención de Lenin, una intervención en
la coyuntura– según la cual el
partido deposita desde el exterior la conciencia en la clase obrera.[37]
Por eso, la enseñanza de la Revolución rusa es que toda revolución es “la
acción histórica de las amplias masas, de miles y millones de obreros, y
campesinos y pueblo en general, que toman la decisión de conducir el destino de
la sociedad”, para lo cual construyen, contra el Estado burgués, sus “órganos
de poder popular”: los soviets.[38]
Se trata de una situación de “dualidad de poderes”, cuyo carácter es excepcional,
tal como lo argumenta Lenin en sus Tesis
de Abril y como luego Zavaleta plantea al formular la idea de la “lógica
del lugar”.
En términos de
traducción –una vez realizado el movimiento de contextualización y descontextualización–
Qhananchiri recontextualiza el
pensamiento de Lenin y la experiencia de la Revolución rusa para estudiar las
condiciones de la revolución socialista en Bolivia. Lo hace asumiendo la perspectiva
de la subsunción de las relaciones
sociales por el capital: un proceso que produce homogeneización sin llegar a totalizar
la heterogeneidad de la abigarrada sociedad boliviana. Por razones de
extensión, no es posible aquí ahondar en este movimiento de
recontextualización, sino tan solo señalar tres cuestiones.
Lo primero: Qhananchiri
traduce a Lenin y su concepción instrumental del Estado cuando afirma que el
Estado nacionalista es una “máquina de poder
económico y político-militar que la burguesía local ha construido para
dominar (explotar) al conjunto de los trabajadores de la ciudad y el campo”.[39]
No se trata, sin embargo, de una visión simplista del Estado que no tendría en
cuenta otras teorizaciones, pues Qhananchiri recupera a Nicos Poulantzas y su
idea del Estado como condensación de una relación de fuerzas entre clases, pero
lo que sobredetermina todo es el carácter instrumental del Estado, en tanto
esta es, en Bolivia, su forma histórica efectiva. Se puede decir que sigue en
este punto la idea de Zavaleta, según la cual “Al menos por un período en
extremo prolongado como es la acumulación originaria, o sea la organización de
la supeditación real del trabajo en el capital (fase que está lejos de haberse
concluido en América Latina), el estado en efecto es instrumental por antonomasia”.[40]
La presencia de las masas trabajadoras y campesino-indígenas en el Estado se
daría así bajo la forma, siempre, de contrapoderes.
Segundo: Qhananchiri rechaza la
idea según la cual lo nacional-popular haya nacido con la revolución de 1952.
Para él, lo nacional-popular irrumpe en la historia de Bolivia a partir del
levantamiento indígena liderado por Zárate Wilka y su “proyecto múltiple
«nacional-estatal»”.[41]
Esta lectura presupone la idea –retomada de Reinaga y Quispe– de una
continuidad fundamental entre el Estado republicano (en su versión oligárquica
y también nacionalista, pues la revolución de 1952 no solucionó el problema del
indio ni el problema de la tierra) y el Estado colonial: ambos estarían
asentados en la dominación y la explotación racista del indio. Antes que una
oclusión de lo nacional popular producto de una visión instrumental del Estado[42],
lo que hay aquí es un intento de pensar, a partir del reconocimiento del carácter
instrumental que el Estado boliviano ha tenido, la primera irrupción de lo
nacional-popular como autodeterminación de las masas indias.
Tercero: Qhananchiri toma nota
de la gravitación política creciente de la CSUTCB en la política de Bolivia, la
cual va de la mano con la lucha por la autodeterminación aymara. Una lucha que
es de clase y, al mismo tiempo, étnica, en tanto, con la abolición de los
latifundios en 1952, la economía campesina se subordina a la capitalista para
abaratar la reproducción de la fuerza de trabajo asalariada, como ya habría
planteado Lenin: “La pequeña producción agrícola comunal es, por tanto, la «vía
de surgimiento» (Lenin) de la producción capitalista; más aún, en la actualidad
es un pilar principal donde se apoya el capitalismo local para poder seguir
existiendo”. Por estas condiciones impuestas, la lucha por la autodeterminación
de la nacionalidad aymara “sólo tiene sentido en cuanto es su
auto-determinación social y conquista el poder económico, político e
ideológico”.[43]
La importancia de las tradiciones y las lenguas es vital, dice Qhananchiri,
pero el fundamento de la nacionalidad indígena proviene de las representaciones
de clase de los trabajadores
campesinos. De esta forma, Lenin (y el Marx tardío), es invocado por
Qhananchiri para pensar la autodeterminación nacional indígena como defensa y
expansión de la organización comunal. Ello no es ir “contra la rueda de la
historia”, como sostiene el marxismo-leninismo, sino servirse de las virtudes
productivas del atraso como palanca para la revolución socialista.
Una
ausencia sintomática
Dos años después de la publicación de las Condiciones de la revolución, en la
ciudad de La Paz, García Linera participa en la fundación del Ejército
Guerrillero Túpac Katari (EGTK). Pero, al poco tiempo de iniciada su actividad,
con la voladura de torres de alta tensión, de oleoductos, gasoductos y represas
en El Alto, sus militantes son
apresados en 1992 por el gobierno de Jaime Paz Zamora. García Linera es
confinado durante cinco años a la cárcel de Chonchocoro, sin sentencia firme. Allí,
como conquista de la libertad en el espacio de la abstracción, escribe su obra más
importante, Forma valor y forma comunidad,
donde desarrolla los aspectos fundamentales de la lógica de la forma valor como
la lógica de la modernidad capitalista, a la que contrapone la forma comunidad
como lógica organizativa del mundo andino.[44]
Lo curioso de esta obra –en la que realiza una reescritura de El capital de Marx desde la comunidad
andina– es que en ningún momento nombra a Lenin. Puede decirse que hay algo sintomático en esa ausencia, la cual prácticamente
continuará hasta su llegada a la Vicepresidencia (2006).
En efecto, sus escritos de los años noventa y principios del nuevo siglo
están marcados por la crisis del leninismo, una crisis tanto de la estrategia
insurreccional como de la concepción del partido de vanguardia. De alguna
manera, esta crisis, en América Latina, comienza a aflorar a fines de los años
setenta y principios de los años ochenta, cuando, luego de la derrota atroz que
significaron las dictaduras cívico-militares en la mayoría de los países del
Cono Sur, el tema central de la intelectualidad de izquierda latinoamericana
pasó de la revolución a la democracia. En palabras de Norbert Lechner, “La crítica intelectual ya no invoca
el
futuro (la revolución) contra el pasado (el
subdesarrollo). Por el contrario, asume la defensa de una tradición en contra de
la ruptura violenta [...] Tiene lugar una
nítida ruptura con la estrategia guerrillera”.[45]
La gramática política leninista –al menos aquella vinculada a una visión instrumentalista
del Estado y vanguardista del partido– resulta incompatible con las demandas
democráticas de los nuevos tiempos.
Lenin cede su lugar, así, al Gramsci de la “hegemonía democrática”.[46]
Si en Bolivia, en los años ochenta, la situación es muy diferente –como
se vio, el katarismo revolucionario adoptó una estrategia guerrillera pero no
foquista, sino vinculada a un escenario de emancipación de masas–, no obstante,
a partir de los años noventa la vía insurreccional comienza a clausurarse como
forma conquistar el poder. En esos años, tanto en el país andino como en otras
partes de América Latina, cobra fuerza la lucha por la autonomía comunitaria
como estrategia revolucionaria, sobre todo a partir de la irrupción del
movimiento zapatista. Y es que, como dice Bruno Bosteels, “el momento que nos
toca vivir hoy en muchas partes del mundo” es aquel en el que Estado e insurrección
constituyen “extremos opuestos reales [...] sin mediación dialéctica
posible”.[47]
Esta ausencia de
Lenin se puede pensar desde la experiencia del grupo Comuna, espacio fundado en 1999 por García Linera, Gutiérrez, Luis
Tapia, Raúl Prada y Quispe. Comuna se
presenta como un espacio intelectual que busca brindar herramientas para
entender la praxis de las clases
subalternas en la coyuntura marcada por el retorno de la potencia plebeya. En claros
términos gramscianos, así enuncia García Linera la función del grupo: “Estamos
intentando trabajar como intelectual
colectivo y orgánico a ese proyecto y proceso de democratización desde abajo y desde fuera de los monopolios económicos y políticos, una
explicación e interpretación que permita articular el horizonte crítico de la
autogestión y la autodeterminación…”.[48]
Desde esta autocomprensión, Comuna
acompaña la fase de irrupción de los movimientos sociales durante la Guerra del
Agua (2000) y la Guerra del Gas (2003), que pusieron en crisis el
neoliberalismo en Bolivia, así como la llegada de Evo Morales al gobierno
(2005), y la fundación del Estado Plurinacional (2009), hasta diluirse en 2010.
En efecto, ese mismo año, a partir del conflicto del
TIPNIS (2010), ex miembros de Comuna,
lanzan un manifiesto intitulado “Por la recuperación del proceso de cambio para
el pueblo y con el pueblo”, donde afirman que el masismo consolidó el
extractivismo y no profundizó en la democratización y descolonización del
Estado prometida. En este marco, Lenin “vuelve a aparecer” en el discurso de
García Linera, pues lo que retorna es ni más ni menos que la pregunta por cómo
conservar el poder ya conquistado, por cómo hacer frente a las fuerzas contrarrevolucionarias,
pero, también, a las tensiones internas al bloque de poder indígena-popular.
Antes de pasar a ello, interesa detenerse en una
consideración que realiza García Linera sobre el triunfo del evismo, en 2006. Para
este, el evismo como “estrategia de poder” se constituye como lo
“nacional-popular en acción” y va resolviendo la “disyuntiva irresoluble” entre
partido de cuadros o partido de masas, entre toma del poder o construcción
desde abajo: se trata del “único ejemplo en todo el mundo en que los
movimientos sociales han llegado a tomar el Estado”, de ahí su “capacidad de
irradiación continental y mundial”.[49]
Esa proyección universalista se reafirma en un gesto de refundación (pluri)nacional-estatal,
con la Constitución Política del Estado Plurinacional (2009), como punto de
llegada de un acumulado de luchas históricas por la autodeterminación indígena.
Tiene lugar una descolonización radical del Estado a partir del reconocimiento
de la pluralidad política, económica, jurídica y lingüística de los pueblos
indígenas. El encuentro con la modernidad política se realiza, así, a partir de
lo que Bolivia realmente es: una sociedad premoderna,
multicivilizatoria y pluricultural, donde el atraso no es
obstáculo, sino potencia emancipatoria.
Un leninista de la NEP
En los primeros años de gobierno, García Linera
recupera a Gramsci y a Zavaleta Mercado para pensar la crisis de bloque
histórico, la construcción de hegemonía, y el proceso de transformación estatal
como pasaje de un “Estado aparente” a un “Estado integral”, donde se da el reencuentro entre Estado y sociedad
civil. Pero, luego de la publicación del “Manifiesto por la reconducción del
proceso de cambio”, su discurso va adquiriendo un tono cada vez más “leninista”.
Su práctica revolucionaria puede ser nuevamente vista en espejo con la práctica
de Lenin.
Así, en 2011, García Linera publica un libro cuyo
título[50]
remite al conocido libro del revolucionario ruso La
enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo (1920), en el que se propone desmentir las críticas
de los firmantes del “Manifiesto”. En 2012, publica Las tensiones creativas de la Revolución, el cual lleva de epígrafe
la conocida frase de Lenin, escrita en el ¿Qué
hacer? (1902), según la cual “sin teoría revolucionaria no hay práctica
revolucionaria”. En efecto, la pregunta es por el qué hacer –y ya no solo qué
hacen los movimientos sociales– desde
el Estado, una vez que se ha construido en Bolivia un nuevo “horizonte de
época”, marcado por una suerte de “trípode societal”: Estado Plurinacional, régimen de
autonomías e industrialización de los recursos naturales. García Linera
sostiene que, una vez derrotada –temporalmente– la derecha oligárquica,
comenzaría una quinta fase del proceso de cambio[51],
fase marcada por el descenso de la ola de movilización popular y la estatalización –siempre
parcial, pues su duración dependerá también de la lucha– de las conquistas de
las masas. Se trata de la quinta fase del proceso de cambio, caracterizada por el
momento en el que las contradicciones secundarias (la contradicción principal
es entre la unidad del pueblo boliviano y el imperialismo con sus élites
locales) al interior del “bloque nacional-popular”. No se trata de una contraposición
de dos polos sin dialéctica, sino de tensiones creativas, que “devienen en fuerzas productivas objetivas y subjetivas de la revolución”.[52]
El marxista boliviano destaca cuatro tensiones: entre Estado y
movimientos sociales, entre flexibilidad hegemónica y firmeza en el núcleo
social, entre intereses generales e intereses particulares, y entre la necesidad de industrialización y la
necesidad del “Vivir Bien” en tanto práctica vivificante con la naturaleza. Puede
decirse que la primera, y sobre todo la última tensión, refieren, en definitiva,
a ese viejo e irresoluble problema latinoamericano: la tensión entre modernidad
y tradición.
Pero es en 2017, en
conmemoración de los cien años de la revolución rusa, que García Linera escribe
su último libro “leninista”: ¿Qué es una
revolución? De la revolución rusa hasta nuestros días. En una Bolivia
marcada por la agudización de las tensiones internas del proceso de cambio y en
una América Latina donde la primera oleada progresista ha descendido, García Linera
se propone, una vez más, traducir a Lenin y a la experiencia de la Revolución
rusa. Esta es –como se lo era para Mella y Haya de la Torre– el “espejo” en que
debe mirarse cualquier otra
revolución, pues muestra las características fundamentales de toda revolución
en tanto “momento plebeyo de la historia”.[53]
Y es que, “ya sea como
fluidez ígnea o como solidificación institucional, las revoluciones marcan la
arquitectura duradera de las sociedades”.[54]
García Linera vuelve a traducir, en tanto movimiento de contextualización-des
contextualización y recontextualización, la experiencia de la Revolución rusa
para disputar la lectura política de la Revolución de Octubre frente a las
interpretaciones reduccionistas –en particular, las del marxismo leninismo. Antes
que la sola toma del Palacio de Invierno o un episodio meramente
insurreccional, la Revolución rusa aparece como un proceso duradero de “radicalización colectiva de las clases subalternas”,
proceso que implicó todo un trabajo de organización,
propaganda y debate previo a la revolución en el que la intervención de Lenin fue
decisiva. Hay, dice García Linera, haciendo uso del anacronismo como interrupción del tiempo lineal y vacío, un “«Lenin gramsciano» que deposita en la hegemonía cultural y
política la llave del momento revolucionario”.[55]
Y es que si Gramsci piensa el problema de la hegemonía ello se debe, como se
dijo en un comienzo, a al hecho de que Lenin abre ese problema junto con el de
la traducción. Precisamente, el trabajo organizativo y cultural hacia los
soviets obreros y campesinos permitió, según García Linera, generar una
situación de dualidad de poderes que enfrentó a los soviets con el Estado
zarista.
Una cuestión interesante a destacar es cómo García
Linera plantea su lectura de la relación entre vía armada y democracia en –y a
partir de– la Revolución rusa. Para el autor, antes
que un hecho violento que
desconoce los derechos democráticos, la Revolución rusa se caracteriza por “la
incorporación rápida y creciente de personas de distintas clases sociales a la
participación en los asuntos públicos de una sociedad”.[56]
Se trata de un aspecto universal de esta experiencia (momento de
descontextualización de la traducción) que evidencia que “una revolución es la
realización absoluta de la democracia”. [57]
En este sentido, el marxista boliviano plantea que siempre el terreno
democrático es el “único terreno húmedo y fértil en el que cualquier proceso
revolucionario puede crecer” –pues se hace necesaria la libre circulación de
ideas para la politización y movilización creciente de la sociedad–, mientras
que la violencia armada sería el “último recurso”: precisamente cuando el curso
revolucionario se encuentra bloqueado por métodos violentos y contrarrevolucionarios.
El marxista boliviano establece
una distinción entre el momento jacobino-leninista y el momento hegemónico “gramsciano”
de la revolución.[58]
Y es que siempre hay un punto de bifurcación de la revolución: la necesidad de
un hecho de fuerza, de confrontación material: ese momento en que los discursos
enmudecen. Se trata de la derrota político-militar del “proyecto de poder” de
las clases dominantes o de las clases subalternas, luego del cual se consolida
por cierto tiempo la naturaleza del nuevo Estado y el monopolio del poder
político. Si en la Revolución rusa ese momento se expresa en
la guerra civil (1918-1919), dicho momento también tiene lugar –otra vez:
ejercicio de traducción– en el caso de Bolivia, con la derrota del golpe de Estado de septiembre de
2008, y también es traducible a otros casos de revoluciones en América Latina.[59]
A partir de este momento jacobino-leninista se abre, para García Linera, una nueva fase de
irradiación de hegemonía, un nuevo “momento gramsciano”, de consolidación de
las conquistas populares.
Por último, la traducción de la Revolución rusa llega a su
último momento, hasta el fallecimiento de Lenin y, con ello, al proceso
contrarrevolucionario iniciado por Stalin. García Linera vuelve sobre la Nueva
Política Económica (NEP), implementada a partir de 1922, vuelve sobre las críticas
de Lenin al fracaso del comunismo de guerra
(1918-1920), un fracaso expresado en la crisis económica, pero sobre todo en la
no alteración de las relaciones capitalistas: “por la fuerza histórica de su existencia previa y de
su existencia externa mundial en medio de la cual se desarrollan intercambios
obligatorios y necesarios, la lógica
económica automática del trabajo abstracto se impone sobre la coerción
política”.[60]
En este marco, García Linera recupera el llamado que hace Lenin en 1921
a pasar del “asalto directo” al “asedio”, materializado en la aplicación de la NEP. De hecho, llega a reivindicarse
a sí mismo como un “leninista de la NEP”.[61]
Las políticas de la NEP –fijación de reglas de rentabilidad de empresas
del Estado, restitución del poder del dinero, concesión temporal de los
recursos estratégicos a empresas extranjeras– serían la única forma, piensa el
marxista boliviano siguiendo a Lenin, de garantizar los recursos para el desarrollo
mientras se mejoraban las condiciones económicas de la sociedad. En el contexto
de derrota de la oleada revolucionaria en Europa la “estabilidad económica, crecimiento económico y
revolución mundial se constituyen, en este nuevo punto de la revolución que ya
había tomado el poder político, en los temas centrales donde ésta define su
destino”.[62]
La coyuntura latinoamericana en el cual el marxista boliviano escribe
este texto leninista está marcada, también, por la derrota de ciertos gobiernos
progresistas y por un ascenso de la derecha a nivel latinoamericano, lo que en
alguna medida también aísla a Bolivia y su proceso de cambio. Por eso, no se
trata –como plantean
académicos e intelectuales latinoamericanos– de un proceso de pasivización en el que habrían
entrado los gobiernos progresistas latinoamericanos, a los que caracterizan
como “revoluciones pasivas”, en el sentido gramsciano del término. En términos
de Modonessi: los procesos progresistas, si bien “promovieron cambios
significativos en sentido anti-neoliberal y pos-neoliberal”, cuyo “detonante
fue la activación antagonista –pero
limitada– de movilizaciones
populares”, no obstante, “fueron conducidos y llevados a cabo desde arriba”,
es decir, desde el gobierno del Estado, “a contrapelo de dichas movilizaciones –aun cuando incorporaron ciertas demandas formuladas desde
abajo”, generando así una “re-subalternización”.[63]
Desde la perspectiva de García Linera, no se comprende aquí el problema leninista
de la centralización estatal como momento de “universalidad”, inevitable y
necesario en toda revolución, que no debe contraponerse al momento de la autonomía
comunitaria, sino que constituye una tensión con la cual trabajar para evitar
el desencuentro. El Gramsci que estos autores recuperan sería, en efecto, un
Gramsci antileninista, y, por tanto, abstracto.
García Linera se ve interpelado por la última pregunta de Lenin: cómo trabajar
con el mercado y consolidar el poder político, para permitir
la continuidad del proceso de cambio. Ello lo enfrenta al problema de la naturaleza del Estado. Se trata del
Estado como comunidad ilusoria, en los términos de Marx, o, como plantea el
autor en un texto reciente, como monopolio de
lo común abstracto “de” una sociedad.[64]
Y es que, en ausencia de una comunidad efectiva de productores asociados –vinculados directamente y
organizados cooperativamente para producir medios de vida y convivencia–, lo común solo puede aparecer como monopolio
estatal, en forma abstracta, de las condiciones generales de producción y de la
riqueza social reproductiva, que se presentan bajo la forma de derechos y bienes
públicos. Es la misma lógica que la de la forma-valor: privados de sus medios
de trabajo, los productores entran en relación como productores privados en el
mercado; así, lo común de sus trabajos solo puede representarse de manera abstracta,
como trabajo abstracto que se objetiva en el dinero como equivalente general y
deviene medida y mediación de la riqueza social. La forma valor instituye un
común abstracto y, sobre ese común, la forma-Estado se eleva como su traducción política: monopolio de lo
común. La sociedad moderna se sostiene –existe en cuanto sociedad– en esa doble
abstracción fetichista. Así, Lenin se encuentra, para García Linera, con la
constatación práctica de la imposibilidad de transformar la forma-estado si la
forma-valor continúa dominando.
Interesa, para terminar con este
punto, volver sobre un artículo de Leonardo Eiff[65]
para la revista Ideas, con el cual,
si bien se coincide aquí en muchos aspectos, se difiere en otros no menos
importantes. La hipótesis de Eiff es clara: no es posible construir una teoría
general del Estado como la que Marx elaboró para el modo de producción
capitalista, pues la forma-Estado siempre adquiere rasgos singulares según la
coyuntura. En ese marco, recupera la noción de “ecuación Estado-sociedad” de
Zavaleta Mercado y de “tensiones creativas” de García Linera, y reivindica la
necesidad de sostener la autonomía de lo político frente a lecturas
economicistas, situando a lo político en la asincronía
respecto del ciclo económico. Tras su recorrido, el autor arriba a dos
conclusiones: primero, que el Estado es la “condición de posibilidad” de lo
social, que “no es fetiche, como el Capital”, que no es “resultado de una inversión
u una objetivación”; segundo, que toda lucha social corre el riesgo de
instrumentalizar al Estado, frente a lo cual Eiff propone dirigir el interés hacia
“la verdad del Estado: la Idea de Estado es el sujeto por
representar políticamente”.[66]
Ahora bien, desde la lectura que realiza
García Linera del Lenin de la NEP, y que aquí se comparte, estas dos conclusiones
deberían tensionarse. En primer lugar, porque, si el Estado es lo que le da inteligibilidad a lo social,
ello es cierto –y aquí la diferencia– precisamente porque el Estado es fetiche: objetivación de lo común abstracto de
la sociedad bajo su captura monopólica. Del mismo modo que el Estado representa
y administra ese universal abstracto, la forma-valor instituye el trabajo
abstracto como la forma social de la riqueza y mediación general de las
relaciones (objetivada en el dinero como equivalente general). Esto conduce a
la segunda conclusión de Eiff. Ciertamente, toda lucha social corre el
riesgo de instrumentalizar al Estado. Cualquier clase o fracción de clase puede pretender presentar
su interés corporativo como interés general: el carácter abstracto del Estado lo
permite. Pero el Estado no puede reducirse al interés corporativo: su carácter
universal exige la articulación de los intereses en un plano general y, en ese
punto, el Estado instituye su autonomía. De ahí que el Estado pueda ser el
espacio de lo general donde inscribir derechos y estabilizar conquistas
populares, las cuales están siempre expuestas a la instrumentalización. Para
evitar este riesgo, la salida no puede consistir en situarse en el polo opuesto,
en la sola disputa de la Idea de Estado como “Sujeto a representar”, porque el
Estado es comunidad, sí, pero, ilusoria.
De ahí la necesidad –planteada por
García Linera en su lectura de Lenin– de trascender las luchas particulares,
pero también lo universal abstracto del Estado, desde un plano más profundo, fundante: el de la autodeterminación
social universal. Es decir, de la práctica revolucionaria que transita las universalidades
abstractas trazadas por la forma-valor y por la forma-Estado para desbordarlas
hacia la mediación de valor de uso, del trabajo vivo, de la comunidad real. En
ello, el Estado revolucionario tiene un rol central que jugar. Pero –como se comprenderá
de la argumentación desarrollada hasta aquí– dada su condición de comunidad
ilusoria, de monopolio de lo común, el Estado solo puede “dilatar, habilitar y proteger el tiempo para que la
sociedad, en estado de autodeterminación, en lucha, en medio, por arriba, por
abajo y entre los intersticios del capitalismo predominante, despliegue
múltiples formas de creatividad histórica emancipativa y construya espacios de
comunidad” hasta lograr la sincronía mundial, en todos los países, de los
espacios de comunidad: “Eso es el comunismo”.[67]
A modo de conclusión
Desde la metáfora
de América Latina como continente leninista, entendida como clave de lectura filosófica
ligada a la lógica de la traducibilidad
y del desencuentro, se ha buscado, aquí,
realizar una indagación de los ejercicios de traducción que García Linera realiza
de la heterogénea herencia de Lenin a lo largo de toda su trayectoria político-intelectual.
Traducción, ante todo, no como uso correcto o incorrecto una teoría, sino como práctica
revolucionaria y, por tanto, como desvío
de toda cristalización teórica.
Tras presentar sintéticamente
las influencias de Reinaga, Quispe y Zavaleta Mercado en la formación inicial
de García Linera, se mostró cómo, en su
juventud, traduce el pensamiento de Lenin a partir del reconocimiento del vínculo
indisoluble entre dicho pensamiento y la situación concreta en la cual este
realiza su intervención política. Lo mismo con la Revolución rusa, a la cual
contextualiza y recontextualiza desde Bolivia y a partir de un anclaje político
katarista revolucionario. El marxista boliviano vuelve sobre la herencia de
Lenin para leer críticamente la experiencia de la Revolución nacionalista de
1952 y sus derivas, no por afán erudito, sino para construir una estrategia de
poder indianista frente al Estado neocolonial boliviano. Se trata de disputar
la cristalización dogmática del marxismo-leninismo mediante una traducción
indianista-guerrillera de Lenin, en el
esfuerzo por superar el desencuentro entre dos razones revolucionarias: marxismo
e indianismo.
En segundo lugar, se abordó la presencia de Lenin en García Linera,
desde el período que va de su encarcelamiento hasta su llegada a la
Vicepresidencia. El hecho de que, en este período de su trayectoria, el
marxista boliviano no utilice prácticamente a Lenin en su discurso es síntoma
de cierta intraducibilidad entre dos
gramáticas: la del leninismo como vanguardismo y concepción instrumentalista
del Estado, y la de los movimientos sociales en bolivianos que desbordan las
formas representativas de la política mediante una radicalización
democrático-comunitaria. La vía insurreccional leninista queda, así, fuera del repertorio
estratégico, y el punto de enunciación pasa a ser Comuna como intelectual
colectivo que no dirige, sino que interpreta. Pero esa “ausencia” –tema de
una próxima investigación– puede pensarse también como una suerte de presencia
desplazada: persisten motivos leninistas –horizonte de la autodeterminación,
apelación a la creatividad de las masas, antiimperialismo– que reemergen,
aunque sin la centralidad del partido clásico ni de la insurrección como modelo
de transformación.
Por último, se buscó mostrar cómo, a partir del conflicto del TIPNIS, García
Linera emprende un nuevo ejercicio de traducción del leninismo. Esta vez, para
contribuir a evitar un desencuentro entre el evismo –como vertiente indianista
que, al resolver las contradicciones
que la tradición nacionalista arrastraba desde la revolución de 1952, logra
constituirse en lo nacional-popular– y
la autonomía comunitaria. La disputa ya no
es tanto con el marxismo-leninismo, sino con cierto gramscianismo antileninista
que contrapone lo nacional-popular (identificado con el Estado) a lo
comunitario y que concibe el proceso de cambio como “revolución pasiva”. En
este marco, García Linera vuelve al Lenin de la NEP desde su rol como
vicepresidente, con el propósito de consolidar la hegemonía político-cultural
al mismo tiempo que se conduce estatalmente la economía. Pero esa vuelta no se
realiza para entronizar el Estado, pues este es concebido, desde la práctica
revolucionaria –la suya y la de Lenin– como comunidad ilusoria, monopolio de lo
común abstracto de la sociedad, forma cuya lógica se asienta en la lógica de la
forma-valor. De esta forma, García Linera plantea un punto central para toda
teoría marxista del Estado: el desafío es articular la crítica de la política y
la crítica de la economía política –esto es, el fetichismo del Estado y el
fetichismo de la mercancía–, pues, de otro modo, la caída en el fetichismo
estatal resulta inevitable. Desde el horizonte de la autodeterminación
universal, García Linera busca fundamentar la necesidad de centralización y la
planificación económica desde el Estado en tensión creativa –continua e
irreductible– con la democracia de los movimientos sociales y la comunidad del
ayllu. Una nueva forma de plantear, en definitiva, la tensión entre tradición y
modernidad.
Para concluir, interesa volver sobre el texto de Aricó con el que se abrió el
presente artículo. Aricó planteaba que la herencia de 1917 está en liquidación.
Y ello porque tanto la vía leninista
(insurreccional) de la revolución como el modelo populista del “Estado nacional
antiimperialista” –modelo que presuponía cierta “estadolatría” frente a la
autodeterminación de las masas– habrían entrado, a partir de los años ochenta,
en una crisis irreversible. De ahí el llamado del marxista cordobés a buscar un
nuevo camino para la izquierda socialista, que supere el desencuentro entre
socialismo y populismo, un punto de partida que “arranca de la aceptación de la
democracia como sistema y como método, y del reconocimiento de la funcionalidad
del mercado”.[68] Pero,
¿significa ello que la herencia de Lenin está en liquidación? Aricó dice que
“América Latina es, o por lo menos lo fue por largo tiempo, «un continente leninista»”, dejando la cuestión de la traducibilidad del leninismo
abierta. Y es que en ciertos momentos se redefinen los contornos de la relación
entre modernidad y tradición, lo cual sucedió en Bolivia con la fundación del
Estado Plurinacional. Se trata de un momento de reapertura histórica, donde las
herencias del pasado vuelven y llaman a su redención. Los últimos esfuerzos de
García Linera por traducir al Lenin de la NEP no desde una perspectiva de
estadolatría ni autonomista anti-estatal, sino desde la apuesta por mantenerse
en la tensión creativa (de superar el desencuentro), desde la aceptación de la
vía democrática electoral como forma de acceso al poder y de la inevitable funcionalidad
del mercado, constituyen, de alguna manera, una expresión de esa reapertura
histórica aun no clausurada. A partir de la práctica revolucionaria de uno de
los conductores y mentes más lúcidas del proceso de cambio en Bolivia, puede
decirse de Lenin lo mismo que Derrida decía de Marx[69]:
que no hay porvenir sin Lenin, sin la herencia de Lenin, de al menos uno de sus
espíritus, pues debe haber más de uno.
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[1]
Aricó, José María, “1917 y América Latina”, en La Ciudad Futura. Revista de Cultura Socialista, N° 30-31, 1991, p.
15.
[2] Derrida, Jacques, Espectros de
Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional,
trad. José Miguel Alarcón y Cristina de Peretti, Madrid, Trotta, 2012, p.30.
[3]
Cf. Gramsci,
Antonio, Cuadernos de la Cárcel,
traducción de Ana María Palos, volumen 4, México, Era, 1986 (1932-1935), p.319.
[4]
Aricó, José María, “1917 y América Latina”, op. cit., p. 14.
[5] Cf. Aricó, José María, “Marxismo latinoamericano”, entrada en
Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino (directores), Diccionario de política, Volumen 2,
México, Siglo XXI, p. 956.
[6]
Ibíd.,
p. 950.
[7]
Cf. Parodi,
Ramiro, “La irrupción del nombre «García Linera»: un campo de estudios en
constitución”, en Religación. Revista de
Ciencias Sociales y Humanidades [en línea], volumen 4, Nº 16, pp. 13-17.
[8] Vladimir Ilich Lenin, “Cinco años de la revolución
rusa y perspectivas de la revolución mundial”, 1922, en Lenin, Obras Completas, Tomo 45, Moscú,
Progreso, 1987, pp. 308-309.
[9]
La unidad de teoría y práctica es pensada por
Gramsci a partir del planteo de Marx –en su crítica a Feurbach– según el cual la
filosofía debe volverse transformación del mundo, y se vincula con el concepto hegemonía,
“el aporte máximo de Ilich (Lenin) a la filosofía de la praxis”, “principio
teórico-práctico” que significa un progreso político y, por ello mismo,
filosófico: “La realización de un aparato hegemónico, en cuanto crea un nuevo
terreno ideológico, determina una reforma de las conciencias y de los métodos
de conocimiento, es un hecho de conocimiento, un hecho filosófico”. Cf. Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel, op. cit., p. 146. Para profundizar en
ello, véase Frosini, Fabio, “Traducibilità dei linguaggi e filosofia della
praxis: su una fonte crociana dei «Quaderni»”, Critica marxista, n.º
6, 2016, pp. 39-48.
[10] Cf. Cortés, Martín, Un nuevo marxismo para América
Latina. José Aricó: traductor, editor, intelectual, Buenos Aires, siglo
XXI, 2015, pp. 30-34.
[11] Del Barco,
Oscar, “Advertencia”, en Anton Pannekoek, Lenin Filósofo,
Córdoba-Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, 1973, p. xi.
[12] Ibíd., pp. xii-xiii.
[13] Cf. García Linera, Álvaro, “Indianismo y marxismo. El
desencuentro de dos razones revolucionarias”, 2005, en García
Linera, Álvaro, La potencia plebeya. Acción
colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia, Pablo
Stefanoni (comp.), Bogotá, Siglo del Hombre Editores y CLACSO, 2009 (2008), pp. 481-482.
[14] Ibíd., p. 478.
[15] Reinaga,
Fausto, La Revolución India,
La Paz, Movimiento Indianista Katarista, 2010 (1970), p. 122.
[16] Ibíd., pp.115-116.
[17] Escárzaga,
Fabiola, “Comunidad indígena y revolución en Bolivia: el pensamiento indianista-katarista
de Fausto Reinaga y Felipe Quispe”, en Política
y Cultura [en línea], Nº 37, 2012, pp. 195-196.
[18] Cruz, Gustavo R., Los
senderos de Fausto Reinaga. Filosofía de un pensamiento indio, La Paz,
CIDES-UMSA-Plural, 2013, p. 47.
[19] Quispe,
Felipe, Tupak Katari vive y
vuelve...carajo, Bolivia, Pachakuti, 2007 (1988), pp. 19-21.
[20] Ibíd., p.36.
[21] Ibíd., p.132.
[22] Ibíd., p.106.
[23] En efecto, Quispe identifica el vínculo fundamental de lógica de las
organizativa sindical campesino-indígena –articulada desde 1979 en torno a la
Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB)–
con la tradición cultural, organizativa y de lucha de las comunidades de ayllus.
[24] Zavaleta Mercado, René, Lo nacional-popular en Bolivia, La Paz, Plural, 2008 (1986), p. 19.
[25] Zavaleta Mercado, René, 1983, “Las masas en
noviembre”, en La autodeterminación de
las masas, Antología preparada por Luis Tapia, Buenos Aires, CLACSO-Siglo
XXI, 2015, p. 214.
[26] Zavaleta Mercado, René, “El Estado en América
Latina”, 1984, en La autodeterminación de
las masas, op. cit., p. 348.
[27] Zavaleta
Mercado, René, Lo nacional popular…, op. cit., p.14.
[28] Como señala Escárzaga, la fuerte presencia femenina
de Gutiérrez funcionó como mediadora entre la parte india y mestiza, encabezadas
por Quispe y García Linera, y ello debido a que en las comunidades aymaras la
máxima autoridad originaria se encarna en la unidad hombre-mujer, “Chacha Warmi”. Cf. Escárzaga, Fabiola, “El Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK), la insurgencia aymara en
Bolivia”, en Pacarina del Sur [En
línea], año 3, N° 11. Cabe destacar,
asimismo, que Gutiérrez, bajo el seudónimo Quantat-Wara
Wara, que en aymara significa “estrella de la mañana”, publicó también
varios textos de espíritu “leninista” en Ofensiva Roja: Los Q´aras
izquierdizantes. Una crítica al izquierdismo burgués (1988); Contra el reformismo. Crítica al “estatismo” y al
“populismo” pequeño burgués (1989).
[29] Qhananchiri
(García Linera, Álvaro), Las condiciones de la revolución socialista en
Bolivia (a propósito de obreros, aymaras y Lenin), La Paz, Ofensiva Roja,
1988, p.2.
[30] Ibíd., pp.20-21.
[31] Ibíd., p.13.
[32] Ibíd., pp.17. El subrayado es del autor.
[33] Ibíd., p. 24.
[34] Cf. Ibíd.,
p.26.
[35] Ibíd., p. 34.
[36] Ibíd., pp.43-45.
[37]
Ortega Reyna, Jaime, “Órbitas de un pensamiento. Lenin y el marxismo en América
Latina”, en Latinoamérica. Revista de
Estudios Latinoamericanos [en
línea], Nº 65, 2017, pp. 253.
[38] Cf., Qhananchiri, Las condiciones de la
revolución socialista en Bolivia…, op. cit., pp.52-54.
[39] Ibíd., p.75.
[40] Zavaleta
Mercado, René, “El Estado en América Latina”, op. cit., p. 331.
[41] Qhananchiri, Las condiciones de la revolución socialista en Bolivia…,
op. cit., p.138.
[42] Cf. Starcenbaum, Marcelo, “Entre la
corrección étnica y las fases del proceso revolucionario: formas de lo
nacional-popular en el marxismo de Álvaro García Linera” [en línea], en Religación. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, Vol. 4, Nº
16, 2019, pp. 111-122.
[43] Qhananchiri, Las condiciones de la revolución socialista en Bolivia…,
op. cit., p.158.
[44] Cf.
García Linera, Álvaro, Forma valor y forma comunidad.
Aproximación teórica-abstracta a los fundamentos civilizatorios que preceden al
Ayllu universal, La Paz,
CLACSO-Prometeo, 2010 (1995).
[45] Lechner,
Norbert, “De la revolución a la democracia”, en La Ciudad Futura, N° 2, Buenos
Aires, octubre-1986, p.33.
[46] Cf. Aricó, José María, La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI,
2014 (1988), pp.112-113.
[47] Bosteels,
Bruno, “Crítica y crisis del leninismo en América Latina”, en Revista Jacobin América Latina, [en
línea], 2024. Según Boostels, Raquel Gutiérrez, en su libro, escrito desde la
Cárcel de Mujeres, A desordenar. Por una
historia abierta de la lucha social (1996) anticipa esta situación. Aquí,
la autora realiza una autocrítica de la experiencia del EGTK que sirve como
crítica al vanguardismo leninista presupuesto en la estrategia guerrillera de
confrontación militar contra el Estado, frente a lo cual propone una idea de
movimiento desde las comunidades populares mismas.
[48] García Linera, Álvaro, El retorno de la Bolivia plebeya, La
Paz, Muela del Diablo, 2007 (2000), citado en Parodi, Ramiro, “García Linera y
el Grupo Comuna: el retorno de la palabra del intelectual”, en A.A.V.V, Modulaciones democráticas en clave
Lineriana. Dossier de pensamiento colectivo sobre la obra de Álvaro García
Linera y René Zavaleta Mercado, Comp. Mariano Vigo, Buenos Aires, Instituto
democracia, 2021, pp. 51-52.
[49] “El evismo: lo nacional-popular en acción”, 2006,
en García Linera, Álvaro Hacia el gran ayllu universal. Pensar el mundo desde los Andes.
Antología. Comp. por Álvaro Zárate Huayta, México, Altepelt-Biblioteca
indígena, 2015, p. 305.
[50] Cf. García Linera, Álvaro, El “oenegismo”, enfermedad infantil del derechismo (o cómo la
“reconducción” del Proceso de Cambio es la restauración neoliberal), La
Paz, Vicepresidencia del Estado Plurinacional, 2011.
[51] Cf. García Linera,
Álvaro, Las tensiones creativas de la
revolución. La quinta fase del Proceso de Cambio, La Paz, Fondo editorial
Vicepresidencia del Estado Plurinacional, 2012. Las cuatro fases anteriores son: la del “develamiento de la crisis de Estado”, el “empate
catastrófico”, la “capacidad de movilización convertida en presencia estatal
gubernamental” y el “punto de bifurcación”.
[52] Ibíd., pp. 23-24.
[53] García Linera, Álvaro, ¿Qué es una revolución?, de la Revolución
Rusa de 1917 a la revolución en nuestros tiempos, La Paz, Fondo Editorial
Vicepresidencia del Estado Plurinacional, 2017, pp. 16-17.
[54] Ibíd., p.19.
[55] Ibíd., p. 41.
[56] Ibíd., pp.32-33.
[57] Ibíd., p.36.
[58] Ibíd., pp. 43-48.
[59] Ibíd., p.46. García Linera plantea
que, en la revolución cubana
ese momento jacobino fue el de la batalla de Playa Girón (1961); en el caso de
la revolución chilena, fue el golpe de Estado de Pinochet a Salvador Allende. A
ello puede agregarse, también desde el lado de la victoria de las clases
dominantes en el caso argentino, el golpe de Estado de 1976 y el inicio de la
sangrienta dictadura cívico militar.
[60] Ibíd., p.77. El subrayado es propio.
[61] Cf.
García Linera, Álvaro, “«Soy un leninista de la NEP» (entrevista de Martín
Mosquera y Florencia Oroz)”, Jacobin América Latina, n.º 2, 2021, pp.
32-49.
[62] Ibíd., p.90.
[63] Modonesi,
Massimo, Revoluciones pasivas en América, México, Itaca, 2017, pp.97-98.
[64] Cf. García Linera, Álvaro, El concepto de estado en
Marx: Lo común por monopolios, Buenos Aries, Akal, 2025.
[65] Cf. Eiff, Leonardo, “Ecuación y tensiones. La idea de
Estado a la luz del laboratorio político latinoamericano”, en Ideas. Revista de filosofía moderna y
contemporánea, Nº 18, 2024.
[66] Ibíd., p.222.
[67] García
Linera, Álvaro, ¿Qué es una revolución?
..., op. cit., p.98.
[68] Aricó, José María, “1917 y América
Latina…”, op.cit., p.14.
[69] Cf. Derrida, Jacques, Espectros de Marx, op. cit.