TOMAS SALVADOR BOMBACHI
(Universidad de Buenos Aires - Argentina)
Recibida el 6 de agosto de 2022 - Aceptada el 2 de febrero de 2023
Reseña de Aira, César, Un filósofo, Rosario, Ivan Rosado, 2018, 91 pp.
En Un filósofo, César Aira evidencia la posibilidad de reflexionar sobre cuestiones filosóficas desde la óptica personal del filósofo (su protagonista principal), relegando del centro de atención las escrituras, las publicaciones y las participaciones en congresos. El gesto del escritor en esta novela es claro, recordando una cita de un filósofo húngaro: la esencia de la filosofía es la vivencia, la visión.
Publicada en 2018, bajo el sello de la editorial Ivan Rosado, Un filósofo pone en el foco de su narración a un doctor en filosofía, quien goza de excelsa fama académica y trabaja en un departamento universitario como investigador. Casado, con hijos, considerado un “genio” en el ámbito, nuestro filósofo vive la filosofía sólo de una manera: la académica. Por obligación, acuciado por el nerviosismo, vaciado de disposición natural, filosofa sólo en horario laboral, casi de manera coreográfica. Podría señalarse que odia la filosofía, pero, sin saber por qué, está ineludiblemente sometido a ella.
La novela mantiene la tercera persona durante toda la narración. Una voz coordina y acompasa las descripciones espaciales, los diálogos, los personajes y las preocupaciones de nuestro filósofo. En realidad, aquella voz narrante pareciera ser la que piensa, reflexiona, critica, filosofa: no emerge otra voz narrativa que tome posesión de la enunciación y se alce con la palabra.
Al comienzo de la narración, el narrador revela, sobre el lábil académico que dedicó su vida a la filosofía, que llegó a aquella decisión por mero descarte: “¿Por qué se había hecho filósofo, en primer lugar? No había sido por casualidad, ni por mala suerte, sino por una madura reflexión, la más madura posible ya que se hizo por descarte, y un severo y muy razonado descarte después de examinar todas y cada una de las profesiones, oficio y empleos que existían” (p. 37).
La decisión parece vaciada de algo genuino y pasional. ¿Cómo, allí donde radica lo único e indiscutible, lo atinado de la decisión y la proyección de la existencia, se llega descartando cosas? ¡Lo genuino salta del corazón desde el primer latido! El filósofo de Aira, como cualquier otra persona, padece, sufre. Carga con el deber económico de ser un sujeto productivo, de ser el sostén de su familia y de tener tiempo para leer las rocosas críticas a sus trabajos. “El costo que pagaba era una fatiga mental que se extendía como una supernova vaporosa hasta las fronteras del universo” (p. 9). El trabajo en filosofía, como cualquier otro, incide sobre el cuerpo y la mente. Aira, entre líneas y con un estilo adjetival admirable, ofrece una imagen del ejercicio filosófico atravesado por categorías materiales. En la esfera opuesta de Karl Jaspers, quien piensa originariamente la filosofía bajo las formas del “asombro”, la “duda” y la “conmoción del hombre”, el escritor de la ciudad sureña Coronel Pringles coloca en el centro de la narración la problemática filosofía y trabajo:
Comprensiva como siempre, la esposa no le repechó la tardanza, más allá de decirle que no debía trabajar tanto.
-Por lo que te pagan…
-Agradezcamos que me sigan pagando, vieja.
-Te recaliento el revuelto de zapatillos.
-Cuando hay ajuste en las cuentas fiscales, lo primero que sufre es la Cultura (p. 46).
La crítica sobre la relación material entre filosofía y trabajo puede entonarse al momento epocal de producción de la obra: recortes en Ciencia y Tecnología, Educación (sobre todo en la materia Filosofía en el nivel secundario) en el país natal del escritor. Como Karl Marx afirma en “Contribución a la Economía Política”, no es posible hablar de la evolución del espíritu humano dejando de lado las condiciones materiales de la vida. ¿Cómo comprender la sociedad civil desestimando las condiciones materiales de la vida? ¿Cómo penetrar en la conciencia del hombre sin reparar en las relaciones sociales productivas que la estructuraran? Las relaciones de producción, las cuales aseguran la reproducción no sólo del capital sino también de los medios productivos, moldean tanto la conciencia como el cuerpo; a su vez, según Marx, son formadores de antagonismos de clase: individuo y Estado; jefe del departamento y empleados de mantenimiento (a quienes nuestro filósofo, ya de trasnoche y somnoliento, confunde primeramente con prostitutas).
Filosofía y praxis. Una de las lecturas que es posible rastrear en Un filósofo, es la clara postulación de la filosofía como una disciplina, un trabajo, un ejercicio, una intelección. Pero hay un interrogante gravitante en esto, el cual es posible rastrear en el discurrir y el actuar del académico: ¿cuándo es posible tomar y encarnar todo aquel trabajo y ejercicio mental? Pareciera que nuestro héroe coloca una represa al devenir práctico y vivo del ejercicio filosófico. ¿Es la comprensión una manera suficiente de relacionarse con el pensamiento? Será su relación con el trabajo, la necesidad de subsistir, el ritmo obligado de producción; serán las formas del pasado que condicionan su presente. No se nos revelará en la narración. La filosofía configurará en él un a puertas cerradas del mundo real: las ideas no viven sólo en los textos, y aquella sentencia está presente en el subsuelo filosófico del académico durante toda la narración.
Filosofía y crítica. Es posible afirmar que nuestro héroe filosófico presenta un movimiento ascendente: pasa del plano inerte y apergaminado de las ideas a la toma de posición y vivencia de aquellas. Aira propone, desde esta perspectiva, abogar por una filosofía lúcida, crítica de las relaciones sociales, la cual debe funcionar para desautomatizar la percepción de lo dado y así poder ejercer sobre aquello un proceso de desmantelamiento. ¿Qué busca el narrador con la construcción de su filósofo? Max Horkheimer en “La función social de la filosofía” (1940) postula: “La filosofía insiste en que las acciones y fines del hombre no deben ser producto de una ciega necesidad. Ni los conceptos científicos, ni la forma de la vida social, ni el modo de pensar dominante ni las costumbres prevalecientes deben ser adoptadas como hábito y practicadas sin crítica” (Horkheimer, Max, Teoría crítica, Buenos Aires, Amorrortu, 2008, p. 276).
El impulso de proyectar la luz de la conciencia sobre aquellas relaciones y procesos que parecen naturales, invariables y eternas, se presenta en la novela de Aira de forma tangible, pragmática: nuestro académico emprende la supliciante tarea de criticar no sólo la corrupción intrínseca de la facultad para la cual trabaja, también lo hace con lo irrisorio, impráctico y aislado de la producción académica. Incluso su espíritu lo lleva más lejos: la pobreza de la ciudad de la costa, las condiciones inhumanas del hospital general, la miseria como forma de existencia a la que subsume el propio sistema. También es posible pensar dicha posición crítica frente a la idea tradicional de familia: la incomodidad, la falta de lugar y la fatiga que estructura el capítulo siete, cuando la familia entera, junto con la niñera, no encuentran lugar para cenar en Madrid. Luego de esto, a escondidas de su esposa, ocurrirá el encuentro sexual con la niñera española, donde el cuadro crítico hacia la idea tradicional de familia se hace más evidente: nuestro filósofo no sentirá culpa ni remordimiento, más bien, la descripción de la escena vehiculiza a pensar en un goce genuino, sublimado por la sociedad e indiscutiblemente deseado por el académico.
La virtud narrativa de Aira reside en el desarrollo de temas existencialmente densos, pero con una claridad, una desnudez verbal e impudorosa que baja los conceptos a una realidad próxima y comprensible. En el capítulo cinco, en su caminar errático por el hospital, al ver a dos viejos en un banco, su primer pensamiento fue que “ellos no tuvieron la capacidad de ahorro. Por eso estaban ahí. Pero se corrigió. Aunque hubiera ahorrado, aunque fueran ricos, seguirían siendo los mismos despojos inhumanos. ¿No les daba vergüenza exhibirse delante de todo el mundo? ¿No se daban cuenta del espectáculo deprimente que ofrecían? Deberían esconderse, para no ser un recordatorio ambulante de lo que les esperaba a todos” (p. 51).
La muerte, la vejez, la condición de finitud del humano, el inevitable paso de la vida a la Nada. El abismo que despierta los pensamientos más vivos. Las descripciones de Aira sobre el académico vuelven sobre el lector causando cierto grado de cercanía, producido por el efecto compasivo al concebir un sujeto avanzado en edad y, al revés del sueño productivo de la realización burguesa, infeliz. Una cercanía que permite plantear interrogantes sobre la felicidad, la proyección en la vida, las experiencias que uno desea buscar, el presente que enlista un futuro venidero. Asimismo, Aira toca un tema profundo dentro de la rigurosidad de las elecciones que bosquejan la existencia: ¿hay placer genuino allí a donde uno se avienta? Si hay algo que deja en claro, es que el ejercicio filosófico, ausente en la mayoría de la sociedad (por algo es “un” filósofo y no en plural), no es únicamente algo privativo de lo conceptual o mental: se piensa con todo el cuerpo. Un filósofo es una novela que debe vivirse.